Cultura

Tool en Argentina: 10.000 días de espera

Por: Franco Felice, periodista de Cultura de SomosCitrica

Siempre pareció imposible, pero finalmente ocurrió. Tardó demasiado tiempo en materializarse, eso es cierto, pero las largas esperas muchas veces valen la pena. Una de las bandas de las cuales siempre se hacía mención a la hora de categorizarlas en esa lista de deseos de “ojalá alguna vez vengan a Argentina” finalmente bajó al fin del mundo y saldó una deuda que algunos fanáticos de la primera hora venían deseando desde mediados de la década del 90. Estamos hablando de Tool, quienes se presentaron en Argentina ayer por la noche, en el marco del mega festival Lollapalooza que festejaba su décima edición en nuestro país y que contó con la actuación de la banda estadounidense como el acto más convocante de la segunda noche.

Bastante se discutió a mediados del año pasado cuando se confirmó que la primera visita de Tool a Buenos Aires (y a Sudamérica en general) se daría en el contexto del Lollapalooza. Razones hay varias: la primera y quizás la más superficial tal vez sea que la propuesta artística de Tool nada tiene que ver con el presente del festival, orientado a artistas con otra exposición, alcance comercial y aspectos que van más allá de la música. La segunda, que tantos años de espera ameritaban que la banda se presentase tal vez en una fecha en solitario, teniendo en cuenta que en nuestro país cuentan con una importante base de fanáticos que desde hace décadas vienen inundando las redes sociales y comentando tanto en grupos de Facebook como en hilos de Twitter sus deseos y rumores de algo que hasta hace poco parecía que nunca iba a ocurrir. Sin embargo, estas cuestiones parecieron quedar finalmente a un lado visto y considerando que los alrededores del escenario Samsung del Hipódromo de San Isidro estaban repletos de remeras negras con el nombre de la banda.

La historia de Tool se remonta a comienzos de los 90 en Los Ángeles, California. Siempre fue una banda a la que costó etiquetar en algún género: demasiado colgados para el metal, demasiado densos para el rock, demasiado espirituales para lo alternativa (incluso algunos periodistas trasnochados osaron por meterlos en la bolsa a del ñu metal a comienzos del siglo XXI). Lo cierto es que con el correr de los años, cinco discos editados y un culto que nunca para de crecer, Tool demostró que siempre le escapó a las etiquetas y confirmaron que son un ente con vida propia que se mueve cómodamente tanto entre la potencia estridente del Heavy Metal como en los pasajes extensos y colgados del Rock Progresivo. En lo extra musical el mito aumentaba cuando, en épocas donde el internet era un germen en crecimiento, no daban muchas entrevistas, posteaban información falsa sobre sus discos para así evitar la piratería, no aparecían en sus pocos videoclips e incluso componían canciones siguiendo la secuencia matemática de Fibonacci. Pero ningún mito sobrevive sin una base real, y ahí es donde funcionan las canciones, el verdadero armamento: bastó con escuchar el arranque del recital con “Stinkfist” aquel mazazo que abría Ænima, su segundo disco publicado en 1996 para darse cuenta de que, a la hora de los bifes, lo que importa es la propuesta.

Con un escenario compuesto por tres pantallas que proyectaban a todo momento imágenes caleidoscópicas, rayos láser y los típicos elementos “tooleros” que invitan al trance, la banda le dio tanta importancia a lo visual como a su sonido: la batería de Danny Carey, ubicada a un costado del escenario, sonaba estridente y clara, ninguna novedad sabiendo que tras los parches se encontraba uno de los bateristas más alabados de este siglo. El bajista Justin Chancellor, siempre referido por los fans como “la columna vertebral de Tool” por la importancia que su instrumento tiene en la banda, arengaba desde un costado y llevaba al éxtasis a los presentes. La guitarra de Adam Jones tuvo una de sus mejores noches, marcando esos riffs matemáticos y milimétricamente compuestos que en la unidad con sus dos compañeros instrumentistas definieron el sonido de la banda años atrás. Y en lo que respecta a la voz principal, Maynard James Keenan no tuvo margen para el error. Ubicado a un costado de la batería, casi imperceptible por momentos y haciendo gala de su parquedad (al igual que Jones), demostró porqué es una de las voces más referenciadas de los últimos años del género: bastó con la introducción a capella de la segunda canción de la noche, “The Pot” perteneciente al disco “10,000 days” (2006) para entender de qué se está hablando.

Un saludo escueto, un cambio de guitarra, las luces apagadas y la banda comienza con “Fear Inoculum” la canción que abre el disco homónimo, su trabajo más reciente a la fecha (data de 2019) y que se hizo esperar unos largos 13 años. Este tal vez sea otro de los motivos por los cuales la visita de Tool tiene un significado trascendental para los fanáticos argentinos; porque se trata de una banda con larguísimos períodos de inactividad, largas esperas entre disco y disco y porque no giran constantemente, razones que le dan una categoría casi milagrosa a esta noche. Pero en medio de la fiesta todo parece haber quedado atrás, la larga espera finalmente valió la pena y el público lo demuestra coreando cada riff, corte y estrofa de esa canción imposible de poguear y tararear que es “Rosetta Stoned” y sus doce minutos de virtuosismo y trabalenguas. Un Adam Jones parado al frente del escenario empuña su guitarra y ejecuta los primeros acordes de “Pneuma”, perteneciente también al último trabajo discográfico de Tool a la fecha y ya con chapa de clásico, mostrándose como una de las favoritas del público que se deshizo en aplausos por la performance percusiva de Danny Carey, aplausos que continuaron cuando la banda comenzó a tocar “The Grudge”, primera y única canción perteneciente a “Lateralus” (2001) que la banda trajo a este show. Con riffs sincopados, un interludio que chorrea densidad y el alarido final de Maynard, la canción iba preparando el tramo final del concierto, que continuó con la frenética “Jambi” con solo de talk-box por parte de Adam Jones incluido, “Invincible” tal vez la canción más pesada del último disco de Tool, que a lo largo de doce intensos minutos puso a prueba la capacidad de memorizar todas las secciones al público, y finalmente luego de el único gesto símil humano de Maynard (“Ustedes son increíbles. Prometemos volver”) la banda encaró “Vicarious” una de sus composiciones más gancheras e in your face que integran el ya mencionado 10,000 days y que sirvió como número de despedida. El saludo obligatorio, el público pidiendo más (fueron apenas nueve canciones, más allá que en el universo Tool eso es casi noventa minutos, la demanda era esperable) y la banda retirándose victoriosa de su debut en Buenos Aires, con la promesa de un posible futuro retorno (esperemos que fuera de un festival esta vez) flotando en el aire y en los comentarios de quienes iban retirándose de las inmediaciones.

Tool pasó finalmente por Buenos Aires y cumplió con lo que uno esperaba. El gusto a deuda saldada fue inevitable y la convocatoria dejó en claro que un regreso siempre será esperado: público hay de sobra, y siempre que haya fanáticos dispuestos a intentar poguear al ritmo de canciones imposibles y entregarse al trance, serán bienvenidos. Esperemos que no tarden otros 10.000 días.

Franco Felice

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