Notas De Autor

El Príncipe de Nanawa: un ensayo sobre la vida

Por Santiago Loidl

Es difícil responder a una pregunta tan simple como “¿qué te pareció?” al salir de una película que te hizo pensar tantas cosas.

El príncipe de Nanawa, documental de Clarisa Navas, multiplica esa pregunta y la llena de sentidos. Pensar en estos tiempos donde todo parece frenético, voraz, inmediato, en una historia que se construye durante 10 años es un recordatorio para los más escépticos de un futuro resplandeciente. Es una invitación a soñar y a la vez un freno para practicar la revisión.

¿Cómo se forma la masculinidad de un niño? Se pregunta Clarisa en una entrevista.

Esta pregunta la va respondiendo a lo largo del film, y no es una simple espectadora (valga la redundancia) de los hechos que se suceden, sino que se involucra, y moldea a su manera, el futuro de un niño que pareciera estar muy visiblemente destinado.

Los márgenes, como las fronteras, muestran un pasaje bastante crudo de los acontecimientos y sus consecuencias. Las relaciones que allí se forjan son reales, a flor de piel, tienen un grado de realismo tal que hacen parecer un documental una ficción totalmente guionada.

Formosa es una provincia alejada del centro de Argentina, pero los problemas que enfrenta un niño de allí tienen mucho que ver con lo que sucede en muchas otras partes del país. Al fin y al cabo, un niño es un niño. Aquí y en la China también. Obviamente los cuestionamientos que tenga van a tener que ver con su realidad y sus vivencias, pero la cabeza se moldea, y a esa edad con mucho mayor dinamismo.

Un niño de 11 puede soñar, puede querer ser veterinario, le pueden robar y puede querer ser policía, puede crecer y puede probar la droga, juntarse con amigos que roban, puede experimentar desengaños, puede replantearse todo, puede querer terminar el colegio y puede querer trabajar, puede querer que su papá viva y pedirle un consejo, puede querer conocer a su hermano y decirle que lo quiere, puede querer llorar. Clarisa transita todas estas preguntas como directora de la película pero fundamentalmente como amiga y consejera de Ángel, el niño en cuestión.

Se produce entonces un ensayo sobre la vida misma, que muestra el recorrido de un niño hasta convertirse en hombre, con todas sus preguntas y sus no respuestas, con sus contradicciones y con sus ganas de escuchar, y aprender. Los nuevos cuestionamientos de un mundo que parece amoldarse a un destino insulso, lleno de distracciones provocadas por las inyecciones efímeras de virtualidad. Pero que da cuenta de otro mundo posible, y lo deja todo registrado. La importancia de la insistencia, lo indispensable de un proyecto. La fundamental tarea del acompañamiento.

Esta película de casi 4 horas, invita al cuestionamiento. Y qué mejor en estos tiempos. La personalidad de Ángel cambió, su familia cambió, su entorno cambió, pero hubo algo que durante todo el trayecto se mantuvo, que fue la escucha de un grupo de personas interesadas (sumar a Lucas Olivares y Liz Haedo) en sus vivencias y en su camino, y capaces de entender el proceso del crecimiento y la importancia del quedarse ahí, a veces simplemente oyendo, a veces simplemente acompañando.

¿Cuántas cosas hubiesen sido distintas?

Pensar en las cosas que pasaron, y como fueron desencadenando situaciones y consecuencias es trabajo obligado para aquellos que quieren cambiar algo. Comprometerse a transitar un proceso hoy en día es un acto revolucionario y la palabra inmediatez está a las antípodas de este razonamiento.

Un destino muchas veces se forja con intenciones, con palabras, con gestos y con ejemplos también. Nunca de un día para el otro. Entender la importancia de un camino, con sus idas y vueltas, con sus cuestionamientos y con sus múltiples sendas. Estar presente en un lugar determinado durante un período tal puede cambiar el suceder de las cosas. Estar presente en un lugar. Estar presente.

El pasado no se puede modificar, pero si se puede empezar a pensar futuro. Y creo que esta película es una clara invitación a esa tarea.

Redacción Somos Citrica

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